BURBUJAS

 

En la orilla del río siempre hay lodo. No tenía intención de ir hacia la orilla pero aquella insistencia machacona de su acompañante le ponía nervioso. Esa manía por los lugares firmes, limpios sin rastros que marquen huella más allá del lugar donde se ha pisado no le parecía honesto. Cuando la tierra se adhiere en los zapatos hay un sentimiento, el recuerdo queda presente y podía verificar que su paso por los distintos lugares tenía sentido más allá de una simple visita comercial al estilo de los grandes supermercados o centros comerciales donde lo único apetecible es que nada de aquella pestilente murga de batallones gritones pudiera quedar impregnado en su cuerpo más allá de alguna prenda que luciría en algún lugar adecuado, o alimentos que más tarde se apresuraría a cocinar siguiendo las tradicionales recetas de algún libro adquirido para la ocasión.

Te estás manchando los pantalones, ya te lo había advertido. Su acompañante seguía empeñado  en salvaguardar su  integridad adquirida tras la ducha diaria en el momento en que   el agua recorriendo su cuerpo se mezclaba con el blanco espumoso que aseguraba la eliminación de todas las bacterias e impurezas. Así lo indicaba en la etiqueta: higiénico, hidratante, tonificante. El símbolo que certificaba el producto como apto según las normas de la UE daban la tranquilidad necesaria para su uso. El río ligero, vivaz como un trampolín tras el último salto también llevaba burbujas espumosas de color blanquecino. Aquello le hizo dar un respingo hacia atrás y confirmaba que su acompañante no tenía razón, no había nada que se pudiera aislar. Todo quedaba configurado según el lugar donde se representara la escena. Las mismas burbujas, la misma espuma en danza con corrientes de agua viva y unas manchaban y otras no. Y en ese instante comprendió: nada puede ya despertar el sonido del agua con la espuma del mar.

María José Blanco

Deja un comentario