EN RED
Entran los durmientes
con anillos de oro en jaulas
con vapores de alcanfor.
Alcanzan bisontes, ríos y brezales
enlazados al ritmo de
frecuencias inauditas.
Sus ritos son los de la tribu.
Creen en la sombra, el aire, las flores
y el sol. Tienen los cabellos de finos hilos
que tejen de forma artesanal con la luz
sobre su frente, un spín que gira y da
vueltas con un vector según su edad.
Sienten los durmientes sus miembros
sueltos, diáfanos, inmortales, desligados
rozando el plasma universal que unen
en cabalgaduras de epifanías celestiales.
Albergan la aurora de miles de estrellas
bajo sus pies y disueltos en su inmensa
luminaria rompen los límites de la piel:
átomos, células, tejidos que flotan en
fluidos ondulantes de hologramas verdes y azules
en conjunción con su vista astral.
Una supernova los incuba en su útero,
los alimenta con nutricios calostros tibios
que incrustados en miles de raíces beben. Absorbe
cualquier atisbo de vida
más allá del sueño que puedan tener.
Anestesiados,
sueñan los durmientes con ver el día,
sueñan los durmientes con volver a ver.
Pero, ¿ qué os ocurre ?
y ellos, aún entumecidos, contestan:
Es que dormimos juntos.
María José Blanco
» En el pasado, la cultura fue a menudo la mejor llamada de atención ante semejantes problemas, una conciencia que impedía a las personas cultas dar la espalda a la realidad cruda y ruda de su tiempo. Ahora, más bien, es un mecanismo que permite ignorar los asuntos problemáticos, distraernos de lo que es serio, sumergirnos en un omentáneo paraíso artificial, poco menos que el sucedáneo de una calada de marihuana o un jalón de coca, es decir, una pequeña vacación de irrealidad.»
VARGAS LLOSA, La civilización del espectáculo.
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